No sé cómo abordar este tema. No
sé cómo voy a hablar de ello. Lo que sé es que me he llevado el mayor golpe con
la realidad de toda mi vida. Vivimos en una época en que la palabra crisis
suena cada día en los telediarios y en la que nuestros derechos sociales se ven
apaleados todos los días por un gobierno traidor y, a todas luces, ilegítimo. Todo
eso es algo que se veía venir. Es lógico, comprensible. Es algo que molesta y
causa numerosos problemas, pero no duele. Lo que hoy vengo a escribir aquí me
duele en el alma. Hace un par de días, amanecimos con la desagradable sorpresa
de que nuestra querida Ruta Quetzal BBVA
acaba de cambiar su nombre a Ruta BBVA.
Puede parecer una tontería, y seguro que muchos de los que lleguéis a leer este
mensaje no podáis comprenderlo en su totalidad. Pero para un rutero, este
pequeño retoque lo cambia todo.
El quetzal es un símbolo. Bajo
sus alas, miles de ruteros han viajado por toda sudámerica en un viaje
enriquecedor, tanto cultural como espiritualmente. Es, a todas luces, una de
las mayores experiencias que una persona puede llegar a vivir en su vida. Es
despertar de un sueño para encontrar otro todavía mejor. El mundo no es lo
suficientemente grande para ti, y podrías recorrerlo entero sin toparte con
ningún problema si te acompaña la gente adecuada. Descubrí que la selva tenía
su propio lenguaje. Que puedo llegar más allá de mis límites si llevo una
canción en el corazón. Que las tiendas de campaña son palacios y que el arroz
con pollo es un manjar digno de reyes. Que soy feliz compartiendo lo que tengo con los que más quiero. No soy capaz de expresar lo que se siente con mejores
palabras. Es libertad. Y todo eso es el quetzal. Apartarlo es una traición a
esos valores que aprendías a base de esfuerzo, buenos y malos momentos y, sobre
todo, alegrías.
Esto no es más que la
demostración práctica de que los bancos y empresas privadas pueden hacer valer
sus intereses frente a las ilusiones y los principios. El BBVA ha hablado, e
insiste en que la inversión que el banco realiza para patrocinar la Ruta sigue
siendo la misma, y que siguen tratando de defender con esto los valores que
promueve el programa. Pero no es cierto, y eso lo sabemos todos. Porque no sólo
ha concurrido un cambio de nombre (lo que deja claro que solo les importa su
imagen propia) sino que las plazas europeas han desaparecido (en una reducción
de 55 a 23 países participantes) y, como consecuencia, los becados también se
han reducido. Y ahora, el proceso de
selección es totalmente distinto, con un breve proyecto de emprendimiento
social como aspecto protagonista. Ya no hay un trabajo al que dedicar tu
tiempo, algo de lo que estar orgulloso. No hay lugar para crear tu propia obra,
para mimarla, para crecer y madurar mientras la construyes poco a poco. Ya no
se puede presentar un trabajo artístico o histórico. El cambio ha llegado como
una demoledora para arremeter contra los pilares de algo que todos
considerábamos casi perfecto. ¿Dónde queda ahora el intercambio de culturas?
¿Dónde queda ahora la aventura, la expedición y la adrenalina? ¿Dónde queda el
conocimiento, la sabiduría, la
curiosidad? ¿Dónde quedan los valores que tantísimo se pregonan a viva voz?
No me malinterpreten: el cambio
de nombre ha dolido, pero no ha sido más que la gota que ha colmado el vaso. Yo
ya viví mi aventura. Pero no dejo de pensar en todos aquellos que verán
destruidas automáticamente sus ilusiones, sus sueños de pertenecer a esta gran
comunidad reunida en el símbolo del quetzal. De sentir y comprender las
enseñanzas que te otorga esta experiencia. Puede que decir estas palabras me
hiera, pero esto ya no es la Ruta Quetzal. Lo que verdaderamente hace daño, es
ver que algo que me ha cambiado y definido tanto como persona se derrumba. Lo
único que me consuela es que, por muchos cambios que introduzca BBVA, y por
muchos comunicados oficiales de la administración que nos quieran hacer tragar,
tengo algo completamente asimilado: Siempre seré un quetzal.